En Pelota de Trapo
Lunes 21 de julio de 2008
“Dos nenes murieron al arder una casilla en Viedma. Ocurrió en el Loteo Silvia, por la mañana, mientras la mamá había salido. Emanuel Alvano, de 4 años, y su hermanita menor Daiana fueron hallados abrazados. Es cierto. Habrá que pensar si no era posible, desde el ámbito gubernamental, hacer algo para evitar que ocurriera.” La noticia se conoció a través del diario Rio Negro y mereció un artículo imperdible de Alfredo Grande, en la agencia Pelota de Trapo
(APe).- El veranito en este invierno puede ser la sonrisa de dios para aquellos que lo aman. El veranito en este invierno es una forma en que la naturaleza, no por sabia, pero al menos por piadosa, intenta compensar los crímenes de una cultura del exterminio. Nos preocupa con razón la carrera armamentista, en la cual más allá que algunos grandes competidores del pasado no compiten más, otros campeones de occidente siguen entrenando. Pero para la cotidiana masacre de los más débiles (eufemismo para designar a los más atacados) no es necesario ni mira laser, ni ubicación satelital de telefonía celular, ni químicos que afectan ojos, boca y oídos, ni software espías, ni microchips implantados en el cerebro límbico, y mucho menos sofisticadas torturas, rebautizadas en la actualidad como “interrogatorios intensos”.
Para la escoria del tercer, cuarto y quinto mundo un poco de frío es suficiente. No hablamos de heladas de 20 grados abajo cero, dignas de un primer mundo. En nuestros pagos del capitalismo serio, que de tan serio ya pareciera que tiene un pésimo carácter, es suficiente algunos grados por debajo del cero. Por supuesto hay que agregar que tribus nómades siguen buscando una garrafa social, y que de encontrarla buscarían los cortes populares de carne. Sin embargo, como el hogar no siempre es dulce, y mucho menos térmicamente confortable, la salamandra, el brasero, y otras formas primarias de la calefacción ambiente siguen siendo utilizadas.
De losa radiante nadie muere, de calefacción central menos. Estos niños también han sido masacrados, aunque esta masacre no haya tenido la expansión mortal del incendio en la discoteca República Cromagnón. Estos niños han sido masacrados por los “pequeños cromagnones” en los cuales transcurre la vida y muerte cotidiana de millones de argentinos. La casilla se incendió, crónica de una brutalidad sostenida.
El Estado no solamente ha dejado de ser garante de derechos. También se ha convertido en gendarme de la injusticia. Niños abandonados no por el desamor, la desidia o la ignorancia de los padres. Estos padres son víctimas de mecanismos que desconocen, pero que los han sentenciado a muerte. No saben que si todavía están vivos, es porque la sentencia todavía no está firme. Pero lo estará, apenas el dólar siga bajando, las deudas que nunca contrajimos tengan que ser pagadas, las retenciones no alcancen para pagar el costo social de todos los ajustes, y otras calamidades por el estilo.
Daiana y Emanuel Alvano serán recordados al igual que los mártires de Chicago, o los obreros masacrados en la semana trágica, o Maximiliano y Darío. En la levedad del ser que propone el postmodernismo, podríamos cantar parodiando a Sabina que “el indec no hablaba de ti”. Será la militancia popular la que sostenga el recuerdo. Recuerdo que es memoria y es amor. Daiana y Emanuel: abrazados en el horror de no comprender el insoportable castigo para el delito de querer tener un poco más de calor. Solamente un poco. Pero así paga el dios de los designios inescrutables, “¿no aceptás el frío? ¡¡tendrás más calor del que puedas soportar!!”.
Murieron abrazados. No murieron por amor, murieron con más amor del que muchos de nosotros podremos dar alguna vez. Estos niños quemados vivos ni siquiera se enteraron de los memorables debates de la resolución 125. Tampoco resucitarán aunque las retenciones sean ley de la Nación. Para ellos, para muchos, para nosotros es tarde. Tarde para seguir confiando que hay vida después de la muerte capitalista. Que no es la muerte del capitalismo. Si al menos fuera posible seguir abrazando a Daiana y Emanuel. Abrazarlos hasta que el frío de amor los salve de las llamas. No hay más horror que saber que hasta las lágrimas llegan tarde.
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